Me sentía como pez fuera del agua, como una sirena sin su roca. Las personas paseaban a mi alrededor como una fila de hormigas. La mayoría de ellas me hubiera dado en un plis plas la información clave que yo requería pero simplemente yo no sabía descifrar el código de la comunicación. Debía de estar en una zona muy céntrica porque aquel lugar comenzaba a llenarse de gente. En aquel momento no sabía por qué aunque me enteraría un rato después. El espacio era un bien escaso. Había mucha gente y era un poco como Piccadilly Circus en un sábado de verano por la tarde. Tuve que ir abriéndome camino entre la muchedumbre. Muchos de los recién llegados sólo podrían venir de una estación de metro. Eso tendría sentido y aunque me hubiera alejado de la que andaba buscando, debería haber una cerca.  Realmente nunca antes había analizado el significado de la palabra surreal pero ahora  no solo captaba la idea sino que me estaba hundiendo allí mismo en el surrealismo. Es más, me di cuenta de que mi situación era la definición de la misma en todos sus matices.

Si crees que alguien de estos hablan inglés, olvídate. Ni hablar, nunca mejor dicho!

SOLO

Estaba en una calle que solo Dios sabe donde. Había un inmenso ambiente bañado en color. Había banderas, pancartas y linternas chinas que colgaban por todas partes. Inmediatamente supuse que había algún tipo de festival en marcha ya que durante toda la semana que había estado aquí, no había visto nada similar.  Caminaba literalmente golpeándome con la gente, estaba tan cerca de ellos que físicamente éramos casi íntimos y, sin embargo, mentalmente era como si entre nosotros se alzara el muro de Berlín. Aunque nos separaban apenas unos centímetros, nuestras mentes estaban a años luz de distancia e impermeables las unas con las otras.  Tan cerca y tan lejos a la vez. A pesar de que la solución a mi dilema no era más que un dedo apuntando en la dirección correcta, era incapaz de averiguar una forma de conseguir esa información de aquélla multitud con la que compartía este minúsculo espacio universal. No eran marcianos ni yo no era un mono. Yo estaba a la cabeza de la cadena alimenticia junto con ellos. Éramos primates de primer orden. Pero quizás solo fuéramos humanoides los unos para los otros. Dios quiera que no!  Procreamos de la misma manera y vamos al baño de igual forma. Tenían los ojos, los oídos, la nariz, piernas y cabeza y los hombros igual que yo y lo más importante: tenían dedos para señalar el camino y una lengua para informar. A primera vista no había prácticamente nada  que nos diferenciara (salvando las características faciales, de acuerdo). Es más, compartimos el mismo espacio vital y surcamos el universo a una velocidad vertiginosa, todos juntos sujetados por la gravedad que nos evita caer. Sin embargo, mi vida era un microcosmos aún más diminuto que el que compartíamos, como si se tratara de una subdivisión del mismo. De hecho, lo fue.

A pesar de todos los atributos que teníamos en común, yo era totalmente incapaz de transmitir a alguien, a cualquiera al otro lado de la gran división lingüística, que lo que yo necesitaba era un tren. Era incapaz de penetrar en el cerebro y la mente de ellos con el fin de expresarles mi necesidad sencilla.  Quizás, el motivo por el que no podía expresarla era la desesperación. Muchas personas esbozaban una sonrisa cuando les preguntaba «¿Ni hao?» (ya que ni hao, genéricamente, significa “Está usted bien? más allá de la informal Hola cuando nos dirigimos a los amigos y conocidos). Posiblemente fuera porque en una multitud tan densa no había mucho espacio para que ellos echaran a correr. En su lugar, me devolverían una sonrisa nerviosa con la que mostrarían la pena que sentían por mí, sobre todo si preguntaba a una mujer; no les quedaba más opción. Era todo una paradoja. Me sentí como como un perfecto idiota ya que a fin de cuentas yo era la única persona por allí que sabía seguro que no estaba loco. Simplemente estaba desesperado, y la desesperación te lleva a hacer locuras.

LOS VENDEDORES DE VIANDA

Había muchos puestos de perritos calientes situados en tramos cortos a lo largo de un lado de la calle que competían por el espacio con la multitud.

Sus propietarios estaban casi aplastadas entre las paredes de los edificios y sus endebles estructuras de madera. Eran una especie de mesas, algunas con sombrillas de lona, que amenazaban con venirse abajo cada vez que había un aumento repentino de la multitud e impulsaba a los mismos proveedores a estar  alerta y a agarrar sus trastos, en todo momento atentos a si se producía una situación caótica por una mayor aglomeración. En cualquier momento, los clientes que se encontraban en primera línea podrían ser presionados y empujados por los de detrás o por la gente que iba avanzando y todo se les podría caer encima.

Me las apañé para acercarme a uno de esos puestos improvisados y me hice un poco de espacio junto a la pared de un edificio. Ese no sólo me dio la oportunidad de sopesar mis opciones con respecto a la dirección a  seguir, sino que también me dio un espacio para respirar. De repente, casi me caigo ya que pisé uno de los cordones de mis zapatos. Se me había deshecho la lazada y tuve que agacharme para atarlos. Mientras lo hacía, levanté la vista para preguntar a un chino si sabía dónde estaba el metro. Era un tipo bien vestido con paraguas y parecía bien educado. Se iba abriendo paso en sentido contrario al flujo general, Se detuvo, me miró y frunció el ceño. No me entendió y continuó su camino dejándome allí tirado. A medida que me incorporaba para seguir en una dirección u otra, se me ocurrió que le debía haber seguido, eso tenía sentido. Pero empecé a sentir empujones otra vez a mi alrededor y antes de darme cuenta el tipo había desaparecido (al metro sin duda, Umm, demasiado tarde!).  El vendedor comenzó a anunciar su vianda a bombo y platillo a pesar de que iba de culo sirviendo al mismo tiempo. Fue ayudado por un niño que envolvía los perritos calientes en una servilleta de papel y se los entregaba por turno a los clientes mientras que  él se encargaba de cobrar a la gente.   Como para no ser menos, un comerciante que competía muy cercano gritó haipat alto y claro varias veces. El negocio estaba servido. Imaginé que haipat probablemente debía significar perro caliente. Bueno, así tendría dos expresiones chinas en el saco. Que listo! ni hao y haipat. ¡Vaya tela! Pero estaba dejando volar mi imaginacion otra vez y como de costumbre, probablemente estaba errando en el tiro.  La gente estaba comprando el equivalente inglés de perritos calientes  Se me ocurrió que haipat hubiera sido un nombre más apropiado que su equivalente en inglés, que era un término equivocado de todos modos porque en inglés, de perro no tenía nada. Eh, apuesto que en China perro sí que era, ya sea caliente o frío. Después de todo  lo que yo había escuchado en torno a ese tema no habría manera que probara uno de esos. Qué ascazo!  Estaba siendo rodeado de gente otra vez. Me sentía otra vez zarandeado y empujado desde detrás. Así era más fácil moverse con la corriente. Otra vez aumentó la muchedumbre (otra llegada de tren, me imaginaba). Pero dónde estaba el metro?

                         Yo quería estar bajo tierra como aquellos. Pronto subirían a la calle a juntarse conmigo. ¿Pero dónde estaba la boca del metro? 

Continuará…