Entre toda esa frenética actividad humana resonando a mi alrededor, me di cuenta de una brecha entre la multitud. Un grupo de mujeres viejas con unos veinte años menos que yo estaban allí hablando y sonriendo. Parecían estar solas. Mejor aún. Ellas seguramente me enseñarían el camino correcto. Comenzaron bailando una extraña danza llena de misticismo. Agitaban sus manos en el aire sin orden ni concierto y emitían chillidos fantasmales sincronizados. Vaya, esta es otra de las atracciones espontáneas para mantener a la multitud entretenida durante el lento desplazamiento hacia el estadio. No, entonces, no les digo nada. Pero cambié de opinión inmediatamente. Yo iba a por todas aquí. Son artistas, son actrices, artistas callejeras, que vestían ropas blancas largas, que va a ser gente educada, seguramente se pondrán a parlotear algo en la lengua de Shakespeare. Ellos no querrán ser interrumpidas, pero ¿y qué? Parece que no han comenzado todavía el espectáculo, probablemente estén solo entrando en calor. Lo mío solo va a ser una vez, nunca las volveré a ver. Qué demonios, allá que voy!
Me fui acercando lentamente, en realidad me estaba agarrando a un clavo ardiendo y lo sabía.
Uno – dos – tres, me metí sin ceremonia ninguna entre las últimas personas que encontré en mi camino.
Estaba como un loco y un vendedor de perritos calientes gritaba Haipat, Haipat cada vez más fuerte, jo, lo que me faltaba a mi ahora! Abordé a la que tenía más cerca. Cuando me vio, su rostro se congeló y gritó. Las demás mujeres le siguieron. Jesús, yo estaba tan mal? Lanzaron sus manos al aire como implorando la ayuda de algo divino. ¿Mi foto aparecía en una pared con Se Busca? Pensaban qué yo iba a hacerles daño?
Lo que me faltaba a mi ahora!
Creo que mi aspecto las asustó y cuando traté de preguntarles cómo estaban (Ni hao, ni hao, demonios, era bastante malo diciéndolo sólo una vez pero por alguna razón debí pensar que tenía que decírselo dos veces a pesar de que lo único que hacía era enredar aún más la situación, debido al error léxico por una parte como por el tema de la salud por la otra!). Huyeron en diferentes direcciones como patos asustados en un estanque después de que algún pequeño monstruo dejara caer una piedra allí en medio. Probablemente pensaron que me había escapado de un manicomio.
Nunca debería haber abordado esas pobres mujeres que igual jamás vieron un hombre occidental en sus vidas pero lo cierto es que yo no pensaba claramente. El pánico no conoce ni la razón ni los límites. Entonces caí en la cuenta. Ellas estaban apartadas de la multitud porque estaban locas de remate y por eso la gente se alejaba de ellas. Yo era el gato entre las palomas. Podrían ser recogidas en cualquier momento y en cuanto me cruzó esa idea por la cabeza comencé a escuchar el ruido de la sirena. Me puse muy nervioso y me alejé de allí lo más rápido que pude.
Un furgon policiaco chino en descanso
UNA APRESURADA RETIRADA
A medida que el ruido se hizo más fuerte, yo me movía más rápido entre la gente. Empujé a unos y a otros. Los pisaba y casi me quedo sin aliento pero tenía que escaparme de allí. El aullido de la sirena se acercaba más. Me apresuré como pude para echarme a un lado. Me di cuenta que me estaba comportando como un grosero y demostraba muy poca educación. El sonido era ensordecedor y aterrador. Seguía pisando a gente. Entonces alguien me pisó a mí. Joder, y encima en el pie sin zapato. Solté un alarido de dolor. Díos sácame de aquí ya! Que pintaba yo ahí? Me gritaba la gente. No me importaba. El ambiente era caótico. Pisé a un niño, tal vez a dos, qué más da! ¿Y qué hacían esos niños allí? A continuación llegó el vehículo, sus luces destellantes girando frenética y violentamente por encima de las cabezas de la muchedumbre con ese desgarrado sonido que provocaba una terrible frenesí en mi pulso. Yo estaba en medio de todo este tinglado y muy cerca de la acción. ¿A quién venían a buscar, a mí o a estas mujeres? Era yo simplemente uno más entre la muchedumbre o era el que buscaban ellos?
Entonces las oí. Gritaban y chillaban, lloriqueaban y gemían y por mucho que me compadecí de ellas mientras que se las llevaban violenta y bruscamente al furgón policial, respiré un gran suspiro de alivio. Ahora podía seguir adelante con mi otro problema.
Me las arreglé para situarme fuera de la cola, que ya estaba prácticamente deshecha por la llegada de la ambulancia, consiguiendo ponerme a uno de los lados.
La cola se rompe
En ese momento de breve respiro, un pensamiento suelto pasó por mi cabeza . Es probablemente una cuestión que casi nadie se pregunta a sí misma, quién sale peor parado, el que da miedo o el que lo sufre? como cuando ves una cucaracha que viene en tu dirección … Bueno, no importa, es una información inútil de todos modos, perdonadme! Pero es que estaba pensando en mi encuentro con esas pobres mujeres porque a mí ellas me dieron un buen susto. Me estremecí al pensar en ellas. La cordura manda. Pero es fácil perderla. No importa lo inteligente que seas, si te meten en un centro psiquiátrico, te inhabilitan como ser humano y punto.
Las bailarinas vuelven a casa
Si continuaba a la deriva más o menos así, preguntando a la gente cómo estaba, no pasaría mucho tiempo antes de que llamara la atención de las fuerzas de la ley y el orden, aunque con las circunstancias atenuantes que yo era un idiota extranjero. Eso podría ser una cosa buena, pero por lo contrario, el tiro me podría salir por la culata.
Mira lector, ponte en mi lugar. ¿Qué habrías hecho tú? (Oh, no haber ido allí en primer lugar. Listillo! Vale! Perdóname por haber preguntado!) Estaba tan aturdido que esto me llevó a una terrible premonición, me vi perdiendo el avión la mañana siguiente.
Vale, la hora de salida del avión era por la tarde. Pero qué pasará si estoy en la cárcel o en un manicomio? Todos mis cables estaban inextricablemente cruzados, me había puesto histérico otra vez y era incapaz de pensar más allá de lo inmediato cuando el sentido común me diría en circunstancias normales que todo estaría olvidado dentro de cuarenta y ocho horas. Shanghai no era Somalia. Me quedaría con una anécdota de oro que podría compartir con mis diversos amigos una cena tras otra y que se iría puliendo y mejorando con el tiempo, como los buenos vinos. La gente quedaría alucinada y al final se convertiría en una auténtica leyenda para mis descendientes.
Sin embargo, el mero hecho de que podía entretener un pensamiento semiconsciente significaba que no había perdido la cordura.
Sentí que un rayo de luz entraba en mi cerebro.
Continuará